Desde Jerusalén, la llamada para una acción Extraordinaria de Oración de la Iglesia por la Reconciliación, la Unidad y la Paz
PRESENTATION VIDEO:
01 -Parte - Extraordinary Prayer Syrian Orthodox Church from cancaonova*enilda on Vimeo.
Tierra Santa, la Tierra de Salvación y de Esperanza escatológica, es también el lugar, como puede observarse, en donde graves males extendidos por toda la tierra se concentran con particular ferocidad, tanto en su circunscripción territorial como en los corazones de sus habitantes: carencia general de Paz y especialmente carencia de Paz dentro de la Iglesia. La división de la Iglesia resulta, de hecho, más evidente y más escandalosa en Tierra Santa, alrededor de los Santos Lugares. ¿Son conscientes los cristianos de que la división de la Iglesia, este terrible pecado contra el Dios Uno y Trino, desgarramiento del Cuerpo de Cristo por manos humanas, condiciona profundamente la ausencia general de Paz?
El Antiguo y el Nuevo Testamento constantemente presentan a Jerusalén como elegida por Dios en tiempo y eternidad, en ambas dimensiones, la terrenal y la espiritual, para ser el lugar de promesa y de especial gracia para el mundo. Uno podría decir que el cielo y la tierra, de alguna manera, confluyen ahí, porque Cristo, enviado por el Padre, Dios hecho Hombre, de quien el Espíritu da testimonio, ha cumplido y manifestado allí la Salvación “de una vez para siempre” mediante su Muerte y Resurrección, y allí ha prometido volver en la manifestación completa de su Gloria.
Jerusalén es también el lugar de nacimiento terreno de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, por acción del Espíritu Santo en Pentecostés. Es la Iglesia Madre de todas las Iglesias, desde la cual “el arrepentimiento y el perdón de los pecados es proclamado en nombre de Cristo a todas las naciones”.
Finalmente, Jerusalén es la ciudad en la cual se ordenó permanecer a los apóstoles hasta que “fueran revestidos de poder desde lo alto”, casa de oración para todas las naciones.
“Ieroushalaïm”, la “Ciudad de Paz”, tiene, por ello —precisamente como lugar de la efusión original del Espíritu Santo— la vocación de ser el epicentro de la gracia para todas las naciones y de ser el histórico y simbólico punto de partida para la Reconciliación, la Unidad y la Paz en Cristo para todo el género humano. En estos tiempos, más que nunca, cuando la acción del mal persiste ferozmente en la Tierra de Salvación, Jerusalén no responde a su vocación única de ser el “punto de encuentro para la Paz, un brillante signo de Paz que proviene de Dios”, y de ser la Iglesia Madre, inspiradora y promotora del diálogo y la Unidad para toda la Iglesia bajo la acción poderosa, irresistible y gozosa del Paráclito.
Si la fuerza operante del mal supone los pecados individuales y colectivos del hombre, Jerusalén y Tierra Santa resultan afligidos por ellos, en la compleja superposición de asuntos políticos, sociales, culturales y religiosos, en una también inextricable manera del hombre para resolverlos por sus propios medios. Esta conciencia latente somete a fuerte tensión a los habitantes y a las comunidades de Tierra Santa, quienes están gravemente tentados de caer en la desesperación.
En medio de esta terrible angustia, se levanta la llamada del salmista: Qùma Adonai (¡Levántate, Señor!). Desde las profundidades de los recuerdos de sus almas, hombres y mujeres, capaces con Dios pero incapaces sin su Dios, claman a su Señor “Miserere nobis” (¡Ten piedad de nosotros!).
El grito desesperado del hombre “Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?” sólo puede convertirse en oración, una ferviente oración que proviene del corazón, una oración de indefectible fe. De hecho, deberíamos deberíamos abandonarnos a la Voluntad de Dios con el corazón desnudo, dispuestos a una total entrega de nosotros mismos, pues así nuestra oración convergería, por su propia naturaleza, con la oración que Jesús nos enseñó en Getsemaní: “Hágase Tu Voluntad, que no la mía”. ¡Debemos orar de tal manera que bajemos nuestras voces y escuchemos la Suya! Debemos orar de forma intensiva, pues la oración es el presupuesto esencial de toda decisión. La Iglesia entera, la Iglesia en el cielo y en la tierra, debe orar contra los poderes adversos al Designio de Dios, de forma que el hombre se arrepienta y se decida por Dios. La oración es, en verdad, el deber primario y fundamental de la Iglesia: La Iglesia existe para la oración.
Las campanas de Jerusalén llaman a orar a la Iglesia. La Iglesia Madre llama a orar insistentemente a toda la Iglesia, portadora de la Buena Nueva, de tal forma que una llamada unánime y cordial de todos los cristianos, aún divididos, y así unidos en el Espíritu, pueda levantarse al Dios de Israel, en una oración que manifieste por su naturaleza la adhesión a la Unidad que Él demanda y espera de nosotros, para la Reconciliación y la Paz en Jerusalén y en el mundo entero.
La Iglesia de Jerusalén, en este momento histórico de especial dificultad en cercano Oriente, pide el auxilio de una acción de oración extraordinaria a todos los cristianos. Jerusalén llama a la Paz sobre sí misma, para que, de acuerdo con su vocación, pueda difundir la Paz. La Iglesia Madre invoca sobre sí la Unidad en el Espíritu, para que, desde Jerusalén, la Unidad de la Iglesia pueda alcanzarse de acuerdo con el plan de Cristo. Llama a la Reconciliación y a la Paz entre los cristianos como presupuesto para la Paz en el mundo. Al hacerlo, responde a su vocación escatológica, recordando a la Iglesia el ser la sal de la tierra y la luz del mundo:
"Los que hacéis que el SEÑOR recuerde, no guardéis silencio. No le dejéis descansar, hasta que restablezca, hasta que trueque a Jerusalén en alabanza en la tierra." (Is 62: 6b-7)
Cómo se propone y se practica la Oración Extraordinaria de la Iglesia por la Reconciliación, la Unidad y la Paz
Todas las comunidades cristianas y todos los cristianos están invitados a participar en la oración extraordinaria de la Iglesia por la Reconciliación, la Unidad y la Paz, comenzando en y precedida por Jerusalén. Se espera que el cumplimiento de las promesas y profecías referentes a la Ciudad Santa en Jerusalén, como está profetizado, precederán su cumplimiento en el mundo entero.
El principio fundamental es que todos los cristianos oren juntos, al mismo tiempo, por las mismas intenciones. La comunión de la plegaria de los cristianos prefigura verdaderamente la Reconciliación y la Unidad en el Espíritu dentro de la Iglesia. La unión de la oración en nombre de Cristo asegura la promesa de Su presencia entre nosotros:
19“Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. 20Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt 18: 19-20)
La oración extraordinaria de la Iglesia Universal por la la Reconciliación, la Unidad y la Paz se levanta así como una gran oración intercesora para nuestro tiempo, espontánea y gozosa, nacida del corazón de los cristianos e inspirada por el Espíritu Santo. Todos los cristianos están especialmente llamados a difundir esta oración de profunda e intensa fe, en este espíritu, de tal manera que la oración de toda la Iglesia pueda ser alcanzada por completo.
Evidentemente, la oración puede ser practicada de forma distinta de acuerdo con la libre voluntad de los participantes. Sin embargo, se propone una estructura para aquellos que desean seguir una misma forma, en comunión con aquellos que oran en Jerusalén.
La propuesta básica es practicar una hora de oración cada sábado entre 7 p. m. y 8 p. m. en Tierra Santa, o entre 6 p. m. y 7 p. m. tiempo local en el resto del mundo. Para quienes no puedan participar de lleno, se sugiere una participación reducida (¡incluso unos minutos!), pero, preferiblemente, en el tiempo indicado.
El sábado, de hecho, es el día en que esperamos la Resurrección, el cumplimiento de las promesas de Cristo.
Para las personas y las comunidades cristianas que deseen orar más y que pueden tomarse mayor tiempo, se propone, además de la oración semanal del sábado, un ciclo de oración solemne, inspirado por el triduo de Pascua, durante la tercera semana del mes (véase abajo).
Conscientes de que es mediante la acción del Espíritu, que clama al Padre en nuestros corazones, a quien llamamos “Abba”, se sugiere comenzar cada momento de oración invocándolo (Veni Creator, Veni Sancte Spiritus, o alguna invocación solemne al Espíritu Santo), seguido (si así se hace) por una letanía a los Santos, para invitar a la Iglesia celestial a participar en la oración extraordinaria de la Iglesia terrestre.
La oración extraordinaria de la Iglesia está encomendada a la protección del Arcángel san Miguel, el Archiestratega, protector del pueblo de Dios. Se sugiere una letanía a los Santos seguida de una oración especial a san Miguel, pidiéndole guía para la Iglesia en esta misión específica, y protección para la oración contra a toda interferencia.